lunes, 25 de octubre de 2010

soy la cazadora de mis propios sueños, con esto no quiero decir que cace para comer, lo hago para sentirme una asesina, lo hago para acordarme que los sueños no existen.
y tenía tantas ganas de volver a verles y pasar media vida con ellos, tantas ganas que no dude en volar hasta el sitio que me unía al nido de pájaros, cuando llegué estaba asfixiada y tenía el pequeño corazón en el pico. por mi cabeza rondaban preguntas que poder hacer y conversaciones que tener con ellos, no quería un minuto de silencio ni que un ángel sobrevolara aquel árbol que sostenía ese nido que tantas ganas tenía de ver.
mis excesos de entusiasmo siempre estresaban a los pájaros así que esta vez debía ser más educada con ellos, viceversa de sus muecas de alegría conmigo.
esto hace que me sienta un poco mal, todo esto no es verdad, lo sabéis.
y es que me siento belladona, el pájaro belladona vuela por encima de ti y de repente : Pum. al suelo sin que puedas despertar en una semana.
Cuando era pequeña apuntaba maneras, era Mowgli, Mery Poppins con su paraguas por las caídas de las montañas, era todo lo que buscaba ser y además lo conseguía, es fácil crecer y estirarse con tantas piedras en tus pies, también hubo una época que me sentí una planta, una vinagreta para ser exactos, vivíamos en el mismo suelo, me alimentaba con sus raíces y ellas a su vez crecían por mi agua, a un ritmo a veces frenético y otras, a cambio, parecía el estanque en una lavadora.
Yo tenía cinco años y era la niña más feliz que conocía, tenía todo el mundo en mis manos, me lo regalaron por mi primer cumpleaños, mi madre me dijo: habré tu regalo y utilízalo siempre.
Siempre lo utilicé, siempre tuve el poder de coger el mundo con el dedo corazón y darle vueltas, luego lo paraba y era lo que yo quería, nunca fallaba, y tenía siete años y nueve y todo me daba miedo por su belleza, mis ojos eran grandes no me podía permitir cerrarlos, yo no podía buscar más, me habían concedido todos los sueños que no me habían dado tiempo a soñar.
Era verano y estaba empapada de agua, recuerdo coger mi cubo enorme y colocarlo encima del césped verde, me metía, me salía y acariciaba la hierba con la punta de los pies, volvía al agua, corría y me subía a un árbol que ofrecía moras tan negras que me resbalaba árbol abajo cuando probaba alguna, entonces caía al suelo y reía.
Reía.
Recuerdo cuando es invierno y me muero de frío y no estás ya y no me abrazas, los abrazos de los demás me aplastan los pulmones porque no saben lo frágil que soy, cuidado que me rompo.
También he tenido diecisiete años y me has tirado por la ventana de un piso al que nunca me acostumbre a estar, tiraste el mundo que me regaló mi madre cuando yo solo tenía un año, tiraste los recuerdos a la batidora que compraste el día que decidiste que yo era asquerosamente feliz, cogiste el mundo, lo pusiste primero a descongelar y cuando estaba en su punto lo trituraste, lo hiciste tan mal conmigo que entendí mis diecisiete años de felicidad como un préstamo, tu el cobrador del frac, yo esa morosa que todos los conejos o payasos perseguirían por la calle a plena luz del sol.
Por suerte conseguí tener incluso los diecinueve, en ese momento no podía sentirme más que una súper héroe, yo vivía contigo, tu me matabas todas las noches y yo me conservaba intacta, ¿qué te parece? ¿Qué te parecía? ¿Te creías mi perfección a caso? ¿Creíste que estaba tan intacta como mostré serlo? Ves… vuelves a equivocarte.
Luego tuve veinte y esquimales en el cuarto, esquimales que me abrazaban tanto que volvía a ser verano, otra vez tenía mis pulmones en su sitio y me operaron el corazón para que pudiera volver a sentir el calor, estuvieron 2 años cosiendo lo que tu rompiste, un día me desperté y tenía en la mesita de noche helada un mundo nuevo, brillante y perfecto, solo hacía falta aprender a utilizarlo como cuando tenía cinco años y era fácil como respirar.
Así que me convertí en pájaro, para llevarte al polo norte, para poder visitar a la familia cuando moviera el mundo con mi dedo corazón.


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