jueves, 2 de agosto de 2012



La sirena varada en la orilla esperando que le regalaran el mar.
El pescador de la mitología del universo, el pescador de las palabras superbonitas.
El pescador se levantó tarde como siempre, eran la 1  y estaba estirándose en la cama, se levanto ansias de arena y con los ojos aun cerrados por el exceso de legañas, corrió calle abajo hasta pararse enfrente del mediterráneo, hacía un día horrible, el frío era como un congelador industrial y la lluvia no cesaba, él no sabía que fuerza le había llevado a tal sitio un día como ese, desilusionado, se dio la vuelta, quería volver a casa.
La sirena en otro plano, estaba intentando seducirle con palabras superbonitas para que el pescador al olerse esa escena tan apetitosa decidiera buscar el sonido y se encontrara con ella, el anzuelo no iba a ser dolor para la chica que venía del mar.
El chico empezó a girar alrededor de su propio eje como si un imán le hiciera bailar lentamente, bailando como lo hacen las algas y los corales en los bancos de arena.
Girando como un trompo hasta perder el pie del suelo, fue entonces cuando sucedió, fue entonces cuando el mar se alió con el viento haciendo del mundo un tornado espectacular, fue entonces cuando el chico, el chico pescador, aterrado con la situación, cogió aire en sus pulmones y como un globo roto se desplomó en la arena.
La chica del mar sonrió, de repente, había notado algo extraño, al mirar hacía arriba de su cuerpo le vio, el chico pescador había aterrizado encima de ella.

Desde entonces la sirena a veces nada en habitaciones rojas con sombras preciosas proyectadas gracias a la farola que calienta la calle de abajo. A veces también bucea entre café y cigarros apagados antes de tiempo.
             

                  Catorce,Enero,2011

Entonces, la sirena que rescato aquel pescador del que hablábamos ese catorce de enero de hace ya un año.
La sirena, es feliz buceando en piscinas rojas.
Baila con el pescador en horizontal, bailaba en vertical y en la diagonal que hace que coincidan las arterias coronarias con el pulso de la ciudad.
La sirena se agarra al pescador y viceversa igual. Para esquivar las olas que asoman por debajo del somier que hoy brilla con el sol de primavera, tenemos serpentinas a nuestros pies. Literalmente.
“suave como el peligro atravesaste un día” y ahora no hay quien consiga arrancar mi anzuelo.
Ahora nadie puede hacer creer que aquí hace frío. Ni siquiera la sirena.
Causa y efecto, como ya contaba.