lunes, 24 de enero de 2011

La justicia poética estrello a la chica contra el suelo, ella que se abastecía de agua y palabras de consonantes duras, la chica se rompió las manos de tanto rezarle a ese Dios en el que nunca creyó, ese misericordioso que le sacaría de la ruina de su abecedario, que suicidó cuando se tiró desde una casita en primera línea de playa.
Consiguiendo solo la muerte alfabética y la vergüenza de su conciente.
La chica terrestre escarbando en la arena movediza del epicentro, señalando catástrofe.
Sus dedos están atrofiados de tanto esfuerzo por encontrar el tesoro del centro del universo.
Los ojos de la chica se han convertido en regaderas, mientras llora, riega esas malas hierbas que le arañan las manos.
Las piernas de la chica. Ya no existen, huyeron, con gran pundonor, ella no estaba hecha para que el chico cero le hiciera sentirse una esclava.
Los rizos de la chica terrestre. Como enredaderas contra las paredes de un edificio.
La boca, la boca que hacía bailar a las palabras, las palabras que bailaban.
El disparo de la chica terrestre.
El disparo en la boca.
Las palabras exánimes, el arte de matarlas fue un trago amargo para la chica del mar subterráneo.

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